En un oscuro callejón estaba apoyada contra una pared. Sus manos inmóviles acariciaban el frío y húmedo suelo. La noche había caído y sólo quedaba ella. El tiempo debía de estar a punto de llegar a su fin. No podía más. No podía correr. Ni siquiera podía levantar una de sus manos para limpiar la sangre que le goteaba de la nariz. Lloraba. O quizá era la lluvia. Ni idea. No lo podía saber. Aunque no fueran lágrimas, las ganas de llorar estaban presentes.
Tos. Todo el pecho le duele. Puede que tenga un par de costillas rotas. O quizá más. No podía saberlo, pero tampoco importaba ya. Un hililo de sangre cuelga de su boca al toser. Es consciente de su mal estado de salud. No puede quedar mucho tiempo, debe de sonar el pitido pronto. No aguantará mucho más sin desmayarse. Pero qué más da que se desmaye, aunque estuviera consciente no podría defenderse tampoco. Pero sí morir mirando a la cara a quien la mate. Quizá tenga algo de humanidad y se apiade. Qué tontería, sabe que no. Sabe que han sido ellos quienes han atacado primero y que no tienen perdón. No hay razón para que se apiaden de ella, igual que no había razón para atacar. Es una guerra absurda por un motivo desconocido. No es justo. Tos.
Cierra los ojos. Ve a su hermano. Su hermano muerto. Tos. Ahora ve a sus compañeros morir uno a uno. Algunos asfixiados. Otros golpeados hasta el fin. ¿Por qué? Ha sido un infierno. Y todo parecía que iba bien. Eran mayoría. El primer golpe lo asestaron ellos. Todo iba bien hasta que la cosa comenzó a ir más rápido. No lo esperaron. Aparecieron muchos y ya no hubo tiempo de atacar. Sólo defenderse. Defenderse de una amenaza que les rodeaba y que era imposible de evitar ni bloquear. Estaban perdidos. Ella lo sabía y por eso huyó en cuanto pudo. No fue un acto de cobardía, fue el instinto de supervivencia. Intentó esconderse por los callejones, pero los enemigos eran muchos y rápidos. La rodearon mientras corría. Golpe en un costado. Costilla rota. Pero seguía corriendo jadeando. Golpe en un pie. Esguince de tobillo. No podía más, así que disparó su arma contra un edificio y los cascotes que cayeron junto con la lluvia que había empezado a caer sepultaron todo. Consiguió salir casi ilesa y siguió corriendo, escondiéndose. Pero sabía que no podía ir muy lejos. El espacio que podía utilizar estaba limitado y no podía ir más lejos. Así que esperó. Agazapada. En un oscuro callejón, entre cartones, cubos de basura y cajas rotas.
Y allí estaba, tirada en el suelo esperando que llegara el fin. El suyo o el de todo el “juego”. No sabía qué iba a llegar antes, pero oía explosiones de fondo. Su vista se empezó a nublar, pero bajo una farola cuya bombilla parpadeaba volvió a ver la pesadilla. Una esfera del tamaño de una naranja había caído en la entrada al callejón. No. No debía faltar tanto tiempo. Necesitaba unos minutos más. La suerte jugaba en su contra. Intentó incorporarse, pero se dio cuenta que su brazo izquierdo estaba roto. Un dolor lacerante sacudió todo su cuerpo. No podía más. Su espalda volvió a chocar contra la fría y dura pared. El golpe fue como un latigazo. Su traje ya no servía, no la protegía.
La pequeña esfera empezó a rodar en su dirección. Cada vuelta que daba, lo hacía más rápido. En pocos segundos la bola estaría encima de ella, golpeándola hasta matarla o intentando introducirse por la boca hasta asfixiarla, como a los demás compañeros.
Todo ocurrió muy rápido. La bola se despegó del suelo y fue a parar contra su cabeza. El golpe hizo que además se golpeara contra la pared. Dos impactos de tal magnitud en el cráneo podían ser fatales. Cayó al suelo y se giró sobre sí misma. La bola volvía al ataque, esta vez iba directa a su boca. Puso su mano en la trayectoria. El impacto fue brutal y cayó al suelo. Justo entonces oyó un pitido. ¿El golpe le había afectado al oído? No, era el pitido del final. O eso creía.
Sacando fuerzas de donde apenas tenía, se levantó como pudo con la esperanza de que el pitido fuera el final. El dolor de todo su cuerpo era insoportable. Nunca había llegado a imaginarse que morir doliera tanto. Pero ahora ya no tenía intención de morir. Sólo necesitaba unos segundos. Se puso en pie y echó a correr. Corría como si su vida dependiera de ello. ¡Qué tontería, es que lo hacía! El dolor no era suficiente en estos momentos como para hacer que tirara la toalla. La tos y la sangre que salía de su boca y de su nariz la ahogaban. Deseó haber muerto mientras esperaba el fin y ahora mismo no tendría que correr por su vida luchando contra el inmenso dolor. La bola iba cogiendo cada vez más velocidad y se lanzaba hacia ella cada vez con más fuerza. Golpe en la espalda. Suelo. Toda la cara raspada. Sus manos llenas de sangre. La bola volvió hacia ella. Ya sí que no tenía fuerzas para levantarse, así que se encogió e intentó taparse la mayor parte de los puntos vitales mientras recibía decenas de golpes brutales.
Calma.
Poco a poco todo se desvaneció. El ruido. Los golpes. El dolor. La oscuridad. Ahora había luz. O eso parecía. No sentía la humedad en su cuerpo ni en su pelo, que caía suavemente por sus hombros. No sentía el dolor de las costillas rotas. Nada. Abrió un ojo. Sí, había luz. Una luz que le era familiar. Sintió la calidez de estar en un sitio seguro. ¿Estaba de verdad en ese lugar tan bien conocido por ella? Mientras se incorporaba se tocó la cara. No era suficiente. Con la uña se arañó. Sí, dolía. Estaba allí de verdad, en el suelo de aquella sala. Una lágrima brotó de sus ojos. Cerró el puño y golpeó el suelo. Partió una parte de las tablas que forraban el suelo del piso. La rabia y la impotencia se apoderaron de ella, y mientras apretaba los dientes y las lágrimas salían de forma silenciosa, juró que esto no había acabado.
7 comentarios:
O_O
No sé que es esto, pero me gusta.
EG?
TIO COMO MOLA. ES CLAVADITO A GANTZ XD
QUIERO MÁS
Pero dinos qué es Jeparla!!! Una nueva novela? Jo... ahora me has dejado con ganas de más! XD
Como dice Dani es muy parecido a Gantz...
Algo tendrá que ver.
Publicar un comentario
Gracias por dejar tu comentario